Investigadores de la Universidad de Monash, en colaboración con la Fundación Europea de Biostasis y Apex Neuroscience, han revelado que, aunque la mayoría de los neurocientíficos coinciden en que los recuerdos a largo plazo dependen principalmente de patrones de conectividad neuronal, persisten importantes incertidumbres respecto a cómo se codifican estructuralmente estos recuerdos.
El cerebro puede retener recuerdos durante días, meses e
incluso décadas, mediante mecanismos que resultan esquivos para quienes están a
la vanguardia de la neurociencia. La memoria a largo plazo permite a los
animales moldear comportamientos al vincular experiencias pasadas con contextos
presentes. Hay recuerdos frágiles, como recordar el nombre de alguien que
acabas de conocer o el lugar donde se dejaron las llaves, que aparentemente
escapan a la captura de datos del cerebro. Y hay recuerdos duraderos que pueden
sobrevivir a periodos de inactividad y disrupción neuronal global, lo que
indica que no se requiere actividad neuronal continua para mantener la
información almacenada.
Las distinciones entre la formación y el recuerdo de la
memoria también sugieren que los cambios estructurales estables, más que los
procesos bioquímicos transitorios, sustentan la retención a largo plazo. Durante
el último siglo, se han propuesto numerosos candidatos como la base física del
almacenamiento de la memoria. Las alteraciones estructurales abarcan un amplio
espectro, desde modificaciones de proteínas individuales y canales iónicos
hasta cambios a gran escala en la conectividad sináptica.
Los mecanismos propuestos incluyen ajustes de la fuerza
sináptica, sinaptogénesis, modificaciones moleculares intracelulares, cambios
en la excitabilidad neuronal y alteraciones en la mielinización o en los
componentes de la matriz extracelular.
Algunos investigadores afirman que los conjuntos de
conexiones sinápticas forman una huella definitiva de la memoria. La evidencia
derivada de perturbaciones como la hipotermia, donde las estructuras neuronales
finas desaparecen transitoriamente sin pérdida de memoria, plantea dudas sobre
la exclusividad de los conjuntos sinápticos como sustratos de la memoria. Muchos
de los mecanismos propuestos pueden coexistir, colaborar o compensarse entre
sí, lo que complica los esfuerzos por aislar una estructura física singular que
explique cómo se almacena la memoria.
Después de 100 años de estudio, los neurocientíficos no
llegan a un consenso sobre qué características neurofisiológicas codifican los
recuerdos a largo plazo : si existe una escala estructural entre los detalles
moleculares y las características macroscópicas del cerebro, y si la memoria
depende de estados moleculares precisos o de patrones más burdos de
conectividad, lo que deja al campo en un estado persistente de incertidumbre.
En el estudio realizaron una encuesta a neurocientíficos
sobre las bases estructurales de la memoria a largo plazo, los investigadores
diseñaron una encuesta para medir el consenso de los expertos con respecto a
los fundamentos físicos de la memoria con preguntas sobre la preservación y
extracción de la memoria.
Una mayoría del 70% estuvo de acuerdo en que los cambios
duraderos en la conectividad neuronal y la fuerza sináptica constituyen
principalmente la base estructural de las memorias a largo plazo, a diferencia
de los detalles moleculares o subcelulares.
Cuando preguntaron qué detalles físicos deberían medirse
para decodificar una memoria específica a largo plazo de un cerebro estático y
preservado, el consenso aumentó con la escala y la resolución. La mayoría de
los encuestados consideró que es necesario capturar los tipos y las ubicaciones
precisas de las biomoléculas individuales. Casi todos coincidieron en que las
estructuras subcelulares de ~500 nm o más son indispensables, mientras que los
detalles atómicos o cuánticos se consideraron generalmente innecesarios para decodificar
la memoria.
Pasando a las implicaciones prácticas, el estudio investigó
si los métodos actuales de preservación del cerebro podrían algún día permitir
la decodificación de la memoria. La encuesta reveló una mediana del 41% de
probabilidad de creer que los cerebros preservados mediante criopreservación
estabilizada con aldehído (ASC) conservan suficiente información para
decodificar algunos recuerdos a largo plazo. Las respuestas mostraron una
distribución bimodal con picos cercanos al 10% y al 75%, lo que sugiere una
marcada división de opiniones entre los encuestados.Los participantes estimaron
una probabilidad media del 40% de que se pudiera crear una emulación de cerebro
completo a partir de un cerebro preservado con ASC sin registros
electrofisiológicos previos, cifra que aumentaba al 62% si dichos registros
estuvieran disponibles de antemano. Curiosamente, ni la formación en
investigación (experimental versus computacional) ni el nivel de experiencia
influyeron significativamente en las perspectivas de los encuestados. Los
investigadores expertos en memoria se mostraron algo más escépticos respecto a
la decodificación de recuerdos de cerebros preservados, pero la diferencia no
fue estadísticamente significativa.
Los participantes predijeron cuándo podrían lograrse
emulaciones de cerebro completo, estimando plazos promedio para diversas
especies. Las predicciones que convergen en las emulaciones de cerebro completo
del gusano Caenorhabditis elegans sugieren que probablemente se lograría para
2045, en ratones para 2065 y en humanos para 2125.
La mayoría de los neurocientíficos respaldan la idea de que
la memoria a largo plazo reside en características estructurales estables del
cerebro, que implican principalmente cambios duraderos en la conectividad
neuronal y la fuerza sináptica. Sin embargo, persiste un desacuerdo sustancial
sobre qué características neurofisiológicas específicas o a qué escala espacial
se encuentran los sustratos físicos críticos del almacenamiento de la memoria a
largo plazo.
Las estimaciones sobre la viabilidad teórica de decodificar
recuerdos de cerebros preservados o crear emulaciones de cerebros completos
variaron ampliamente, lo que indica cuestiones fundamentales sin resolver. Según
los investigadores, la ausencia de consenso dentro de la neurociencia no es en
sí un problema, sino el resultado de investigaciones que se han lanzado en
diferentes direcciones en un intento de llenar las profundas lagunas en el
conocimiento neurocientífico sobre la base física de la memoria. Los avances en
las tecnologías de observación y la neurociencia computacional podrían en
última instancia aclarar estas ambigüedades dispares.
El estudio fue publicado en la revista PLOS One.
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