El dolor intestinal crónico es comúnmente experimentado por el 11% de la población mundial que actualmente vive con el síndrome del intestino irritable (SII) y las afecciones psicológicas asociadas, incluidas la ansiedad y la depresión.
El equipo usó herramientas genéticas y farmacológicas en modelos preclínicos para manipular señales entre las células epiteliales intestinales y las fibras nerviosas asociadas para determinar cómo esta vía estimula el dolor intestinal crónico y la ansiedad.
Descubrieron que el microbioma intestinal produce ácidos grasos de cadena corta que actúan sobre el revestimiento del intestino y activan un tipo de célula particular para liberar neurotransmisores. Los nervios que se conectan a esas células se activan y envían directamente señales de dolor al cerebro a través del eje intestino-cerebro. La activación de estos nervios también aumenta los indicadores de ansiedad.
Este mecanismo es crónicamente hiperactivo en las mujeres, lo que podría explicar por qué dos tercios de las personas que experimentan SII son mujeres y por qué los pacientes con SII informan síntomas de dolor intestinal crónico y ansiedad.
La investigación sugiere que el SII, la ansiedad y la depresión pueden ser impulsados por señales dentro del tracto intestinal y que las personas con una comunicación hiperactiva entre el intestino y el cerebro son más susceptibles a experimentar dolor. El estrés adicional puede empeorar los síntomas al activar aún más estos mecanismos en el intestino.
Hay una variedad de formas en las que su susceptibilidad al dolor puede alterarse a diario. El estrés, las infecciones, los cambios en la dieta y las alteraciones en el microbioma causadas por medicamentos, como los antibióticos, pueden alterar la forma en que su intestino envía señales al cerebro.
Los investigadores se esfuerzan por abordar la falta actual de tratamientos para el dolor intestinal crónico y la ansiedad, y ahora que se han descubierto los mecanismos involucrados en la conducción de estas afecciones, se pueden desarrollar intervenciones específicas para bloquear la comunicación entre las células y los nervios responsables. Es probable que estas futuras intervenciones incluyan tratamientos farmacológicos, tratamientos de microbioma y tratamientos basados en la dieta.
Esta investigacion fue publicada en la revista Nature.
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